sábado, 18 de diciembre de 2010

OFRENDA A RITMO DE HAIKÚ

A Carlos Uriel López Ríos por su legado 2008-2010. Sena-Cesge
Acto I
Aún perseguida
jamás parece afanada
la mariposa
Garaku

Doctor Carlos Uriel López Ríos, no quisiera comenzar estas palabras sin antes referirme a las expresiones utilizadas en su misiva enviada por correo electrónico después de la decisión de la dirección general en prescindir de sus servicios: “han decidido separarme del centro”. No utilizó eufemismos como cesación de labores, culminación de periodo contractual o palabras tajantes como destitución o despido. El verbo separar fue humilde y elegante porque sin darse usted cuenta aludió a su antónimo: unir, atar fuertemente, significado en español del verbo en latín religare que da cuenta de la etimología de la palabra Religión. Sí, podemos decir sin temor a equivocarnos que durante su estancia proclamó usted un fervor y compromiso casi religioso para que, sin desatender la búsqueda del presente, el 30 de noviembre de 2019 a las 8:00 a.m toda la comunidad educativa entrara plácida y triunfante por los logros adquiridos; pero conscientes de seguir haciendo apuestas a la imaginación y a los sueños. Y es que sólo esta obstinación puede hacerse cuando a seres como a usted los habita el entusiasmo, palabra que en su etimología prístina viene del griego enthousiasmos: ´inspiración divina´, ´arrebato´, ´éxtasis´. Una voz formada de entheos o enthous ( es decir persona que lleva un dios dentro).

Acto II
Nada dice
en el canto de la cigarra
que su fin está cerca

Basho

Este bello Haikú nos invita a la permanente celebración de la vida, a no bajar la guardia en cada uno de nuestros actos, sobre todo cuando en éstos están implicadas generaciones presentes y futuras a través de una visión y una misión institucional. Hay un decir que a mi manera de ver es equívoco: las personas se van y las instituciones continúan. No, yo diría que las personas se van y gracias a esa estela, a esa huella poderosa que es la memoria, no el recuerdo, dejada por nombres propios y presencias de carne y hueso, es que estas continúan. Fue usted a través de su fe en el día a día y la confianza en quienes le rodearon, donde se generaron iniciativas importantes para el Centro, no sin duda recogiendo también ese legado de los subdirectores que le precedieron. Nada fue fácil, sobre todo en el último año: se asistió para dar respuesta a políticas de cobertura que llevó al Sena a lugares de conflicto, se resistió en embate de una auditoria en el momento de mayor actividad laboral; se atendieron decenas de requerimientos sociales y empresariales con un gran impacto, incluyendo la atención a los socorristas y colaboradores de la catástrofe bellanita. También iniciativas como Family Sena, Miércoles Global y Lectura en Voz Alta que inauguramos el tres de diciembre; evento con poca asistencia, pero cálido e intimista. Tenga usted la seguridad que daré continuidad a este espacio con la ayuda de instructores, aprendices y administrativos. Me parece pertinente traer aquí dos de los fragmentos de Doris Lessing leídos por usted y yo y que recogen de una manera sugerente mucho de su acción y su legado:

“Todo es un fluir...”, como dijo Heráclito, el viejo filósofo griego. No puede decirse que yo tengo la razón o que mi bando tiene la razón, porque en una generación o dos mi actual modo de pensar está condenado a parecer un tanto ridículo-o quizá caduco del todo- por obra de nuevos avances; en el mejor de los casos parecerá algo que se ha modificado (una vez agotadas las pasiones) y ha llegado a formar parte, acaso, de un gran proceso, de un desarrollo mayor (…) Son los individuos los que cambian las sociedades, los que hacen nacer ideas, los que, levantándose contra las oleadas de la opinión, las modifican. Esto es tan cierto en las sociedades abiertas como lo es en las sociedades opresivas pero, desde luego en las sociedades cerradas la lista de víctimas es más larga. Todo lo que me ha ocurrido me ha enseñado a valorar al individuo, a la persona que cultiva y que conserva sus propios modos de pensar, que resiste al pensamiento de grupo, a las presiones de grupo. O que, no adaptándose más de lo necesario a las presiones del grupo, silenciosamente conserva su pensamiento y su desarrollo individual”.


Acto III

Fugaz, en la pupila
de la bestia el fulgor
de la luciérnaga

Fernando López R.


Todos y cada uno, somos ese fulgor que obstinado se cuela para recrear otros caminos más allá de esas manchas difusas y amorfas que tienden a contenerlo y a dominarlo todo: políticas, métodos, estrategias, plataformas, planes. Cada uno está poniendo su mejor parte no sólo desde su saber sino desde sus actitudes para lograr un solo objetivo: entregar a la sociedad un ciudadano con espíritu crítico y autónomo, en otras palabras capaz de poner en práctica el ejercicio pleno de la libertad. Su llamado doctor López ha sido siempre ese: lograr una comunicación íntegra e integral con el aprendiz. Pero somos también conscientes que dicha tarea, aún con los avances tecnológicos de hoy, sigue siendo ardua y compleja porque como lo recalca el pensador contemporáneo George Steiner: La antienseñanza, estadísticamente, está cerca de ser la norma. Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios. Los maestros de escuela que forman el alma y el cuerpo, que saben lo que está en juego, que son conscientes de la interrelación de confianza y vulnerabilidad, de la función orgánica de responsabilidad y respuesta (lo que llamaría “respuestabilidad”) son alarmantemente pocos”.

Doctor López, decir Gracias es quizá poco, pero retomamos su riqueza de acepciones para nombrar este aquí y este ahora, este manantial de presencias que nos convoca. Gracias es perdón, aquiescencia, asentimiento, mutualidad de voluntades, indulto, favor, beneficio, nombre, inspiración, felicidad en el estilo de hablar o de pintar, ademán que revela las buenas maneras y sobre todo, acto que expresa bondad de alma. Muchos éxitos en sus proyectos futuros y un abrazo amoroso y solidario de parte de todo el Centro de Servicios y Gestión Empresarial.

Arnubio Roldán E
Instructor

viernes, 29 de octubre de 2010

!.POESIA DE LOS NÚMEROS!

LÉELO CON TODO incluido los NÚMEROS..!.POESIA DE LOS NÚMEROS!


1 beso de tu boca
2 caricias te daría y
3 abrazos que demuestran
4 veces mi alegría y en la
5ª sinfonía de mí
6º pensamiento
7 veces te diría las
8 letras de un ''te quiero'' por que
9 veces por ti vivo y
10 veces por ti yo muero...

martes, 12 de octubre de 2010

¡«TU POBRE AMÉRICA», COLÓN!

por Carlos Rey



¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
Un desastroso espíritu posee tu tierra:
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.
Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.
Desdeñando a los reyes nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros Reyes
fraternizan los Judas con los Caínes....
Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas.
¡Eso no hicieron nunca nuestros Caciques,
a quienes las montañas daban las flechas!
Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!
Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.
¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
ni vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!
Libres como las águilas, vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes....
La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.
Duelos, espantos, guerras, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!1
Así termina el famoso poema «A Colón», que Rubén Darío escribió cuando tenía veinticinco años de edad, en 1892, año en que se le nombró secretario de la delegación que el gobierno de Nicaragua envió a España con motivo de las fiestas del IV Centenario del Descubrimiento de América.2
Más vale que seamos nosotros los que roguemos a Dios por el mundo que descubrió Colón, un mundo que aún sigue lleno de guerras y falto de paz. Porque el único Cristo al que conocen tantas personas sigue siendo Aquel que «va por las calles flaco y enclenque» que describe el poeta nicaragüense, y no el Dios fuerte y Príncipe de paz que describe el profeta Isaías.3 Pero conste que la única manera en que nuestro mundo ha de disfrutar de la verdadera paz es si rogamos a Dios cada uno en particular, pidiéndole que nos llene de su paz perfecta, que sobrepasa todo entendimiento.4 Es que esa misma paz que eludió al Almirante y a los conquistadores puede inundarnos a nosotros con sólo rogar a Dios que nos la conceda.


1Rubén Darío: Poesía, 2a ed. (Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1985), pp.308‑9.
2Ibíd., Cronología: Vida y obra de Rubén Darío, p. 520.
3Is 9:6
4Is 26:3; Fil 4:7

lunes, 9 de agosto de 2010

«HATUEY Y GUARINA»

por Carlos Rey

(Día Internacional de las Poblaciones Indígenas)

Un indio desde una roca
miraba el cielo cubano....

Un silbido se escapó
de sus labios, y al momento,
con pausado movimiento
una indiana apareció.
Cuando a la roca subió,
el indio ante ella se inclina.
Fue su frente peregrina
el imán de su embeleso:
oyóse el rumor de un beso
y le dijo: —¡Adiós, Guarina!

—¡Oh! no, mi bien, no te vayas
—dijo ella entre mil congojas—,
que tiemblo como las hojas
de las altas siguarayas.
Si abandonas estas playas,
si te separas de mí,
lloraré angustiada aquí
cuando tu nombre recuerde
como el pitirre que pierde
su nido en el ponasí....

Oyó el indio enternecido
tan triste lamentación:
palpitó su corazón
y se sintió conmovido.
Ahogó en su pecho un gemido
la viramesa infelice,
y el indio que la bendice
y más que nunca la adora,
las blancas perlas que llora
enjuga tierno y le dice:

—¡Oh Guarina! Ya revive
mi provincia noble y bella,
y pisar no debe en ella
ningún infame caribe.
Tu ardiente amor no me prive,
mi Guarina, de ir allá....
»Yo soy “Hatuey”, indio libre....
Deja que de nuevo vibre
mi voz allá entre mi grey...
y sepan que aún vive Hatuey....

»Tolera y sufre, bien mío,
de tu fortuna el azar;
pues también sufro al dejar
las riberas de tu río.
Siento dejar tu bohío,
silvestre flor de Virama,
y aunque mi pecho te ama,
tengo que ser ¡oh dolor!
sordo a la voz del amor,
porque la patria me llama.

Así dice aquel valiente,
llora, suspira, se inclina,
y a su preciosa Guarina
dio un beso en la tersa frente.
Beso de amor, beso ardiente;
sublime, sonoro y blando.
Y ella con otro pagando
de su amante la terneza,
alza la negra cabeza
y le dice sollozando:

—Vete, pues, noble cacique,
vete, valiente señor.
Pues no quiero que mi amor
a tu patria perjudique.
Mas deja que te suplique,
como humilde esclava ahora,
que si en vencer no demora
tu valor, acá te vuelvas;
porque en estas verdes selvas
Guarina vive y te adora.

—¡Sí! volveré, ¡indiana mía!
—el indio le contestó,
y otro beso le imprimió
con dulce melancolía.
De ella al punto se desvía,
marcha en busca de su grey,
y cedro, palma y jagüey
repiten en la colina
el triste adiós de Guarina,
el dulce beso de Hatuey.1

Así termina uno de los Poemas al amor titulado «Hatuey y Guarina» del poeta cubano Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, llamado El Cuculambé. Gracias a Dios, es por ese mismo amor que nos infundió a todos como creación suya que dispuso que su Hijo Jesucristo abandonara las playas celestiales y viniera al mundo para librarnos de las cadenas del pecado, permitiendo que fuera inmolado en una cruz para salvarnos de nuestro infame enemigo mortal que nos tenía esclavizados. Pero conste que así como Jesucristo, luego de vencer a la muerte misma, volvió a la presencia del Padre a prepararnos un hermoso bohío allá en el cielo, volverá otra vez para llevarnos consigo a los que con amor hayamos esperado su venida.2
1 Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, «Hatuey y Guarina», Poemas al amor: Antología En línea 22 marzo 2010.
2 Jn 3:16; 6:31‑36; 10:17‑18; 13:1; 14:1‑21; Ro 6:1‑10; Col 1:13‑14; 1Ts 4:13‑18; 2Ti 4:8; Tit 2:13

viernes, 4 de junio de 2010

ESPECTÁCULOS PERVERSOS

«Los careados levantaron los gallos, y chupándoles los espolones, se los frotaron luego con limón, a contentamiento del público. Presto, a la voz del juez de pelea, los enfrentaron dentro del círculo.
»El gallero gritaba, agachado sobre el palenque:
»—¡Hurra, poyito! ¡Al ojo, que es rojo; a la pierna, que es tierna; al ala, que es rala; al pico, que es rico; al pescuezo, que es tieso; al codo, que es godo; a la muerte, que ésa es mi suerte!
»Miráronse los contenderos con ira, picoteando la arena, esponjando sobre el dorso rasurado y sanguíneo la gorguera de plumas tornasoladas y temblorosas. Con simultáneo revuelo, en azul resplandor, lancearon el vacío, por encima de sus cabezas, esquivas a la punzada y al aletazo. Rabiosos, entre el vocerío de los espectadores que ofrecían ventajas en las apuestas,1 se acometieron una y otra vez, se cosían a puñaladas, se prendían jadeantes; y donde agarraba el pico, entraba la espuela, con tesón homicida, entre centelleo de los plumajes, entre el salpique de la sangre ardorosa, entre el ruido de las monedas en el estadio, entre la ovación palmotada que hizo la gente cuando vio rodar al canaguay con el cráneo abierto, sacudiéndose bajo la pata del vencedor, que erguido sobre el moribundo, saludó la victoria con un clarineo triunfal.»2
En este capítulo de su obra maestra La vorágine, el novelista colombiano José Eustasio Rivera narra en lenguaje costumbrista una emocionante pelea de gallos. Lo cierto es que, desde tiempos antiguos, el hombre ha buscado divertirse no sólo a costa de los animales, como en las peleas de gallos y en las corridas de toros, sino también a costa del prójimo, como en los espectáculos del infame circo romano en los que gladiadores, por lo general esclavos, entablaban combate mortal. Lamentablemente no ha dejado de buscar tales diversiones depravadas. Una de las más dañinas del siglo veintiuno es el consumo de pornografía vía Internet, que explota no sólo a mujeres sino también a menores de edad, niños y niñas, en proporciones alarmantes.
Esos niños violados son inocentes víctimas, sacrificadas en el altar de las bajas pasiones de los que obtienen provecho de su explotación, ya sean empresarios productores o espectadores consumidores. Aún más indefensos que los gallos de pelea, los niños son el tesoro más preciado que Dios nos ha prestado. A quienes los explotan y los violan, más les valdría que les colgaran al cuello una piedra de molino y los hundieran en lo profundo del mar.3
Pero conste que así como, a causa de su justicia perfecta, Dios tiene que condenar a los que cometen tales actos perversos, a causa de su amor divino, Él quiere brindarnos refugio y protección paternal «como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas».4 Permitámosle que nos ame y nos proteja así, y decidamos que siempre haremos lo mismo con nuestros niños.


José Eustasio Rivera, La vorágine

viernes, 2 de abril de 2010

¿QUIÉN MATÓ A CRISTO?

Estos encantadores versos que aprendieron alguna vez los niños en las escuelas primarias de Costa Rica inspiraron la siguiente poesía basada en la historia sagrada:

—¿Quién mató a Cristo?
—Yo lo crucifiqué,
yo y los jefes judíos
—dijo el sumo sacerdote.2

—¿Quién lo entregó, de los doce,
con un beso en la mejilla?
—Yo —dijo Judas Iscariote—,
por treinta monedas de plata.3

—¿Quién se lavó las manos
en señal de inocencia?
—Yo —dijo Pilato,
con la conciencia remordida.4

—¿Quién negó al Maestro,
que lo miró de frente?
—Yo —dijo Pedro,
llorando amargamente.5

—¿Quién le llevó el madero
a la cima del Calvario?
—Yo, Simón el cireneo,
para aliviar su tormento.6
—¿Quién de los de cerca
lo miró sufrir?
—Yo —dijo Juan, a quien amaba—,
yo lo vi morir.7

—¿Quién al lado suyo
le imploró clemencia?
—El ladrón arrepentido,
humillado en su presencia.8

—¿Quién dijo aterrado:
«¡Éste era el Hijo de Dios!»?
—El centurión romano,
cuando la tierra tembló.9

—¿Quién limpió su sangre
de color carmesí?
—Yo —dijo la madre—,
yo la recogí.10

—¿Quién ungió su cuerpo
para la sepultura?
—Yo —dijo Nicodemo—,
con áloe y con mirra.11

—¿Quién le dio una tumba
de su propiedad?
—José de Arimatea,
quien selló la entrada.12

—¿Quién llevó las nuevas
de su resurrección?
—María Magdalena.
¡Había visto al Señor!13

—¿Quién lo vio ascender
en las nubes hacia el cielo?
—Cada apóstol de los once,
a quienes comisionó.14

—¿Quién mató a Cristo?
—Yo, yo lo maté
con mi culpa y mi pecado.15
—¡Señor, perdóname!

¿QUIÉN MATÓ A CRISTO?

—¿Quién mató al yigüirro?
—Yo, yo lo maté
con mi arco y mi flecha
—dijo el soterré.

—¿Quién en su agonía
lo miró sufrir?
—Yo —dijo la mosca—,
yo lo vi morir.

—¿Quién cogió su sangre
color de rubí?
—Yo —dijo el pescado—,
yo la recogí.

—¿Quién cosió su herida?
—El águila fue,
con su hilo y su aguja,
su pico y su pie.

—¿Quién abrió la tumba,
allá en el panteón?
—La niña lechuza
con su azadón.

—¿Quién cantó la misa
en el funeral?
—Padre zopilote,
que canta tan mal.

—¿Y sin la mortaja,
qué iremos a hacer?
—Los pollos ligeros
la irán a traer.

—¿Quién al campanario
subirá a doblar?
—El toro, que sabe
muy bien repicar.

—¿Quién en el entierro
guiándonos irá?
—La golondrinita
se ha ofrecido ya.

—La triste noticia,
¿quién irá a llevar?
—Yo —dijo la viuda,
rompiendo a llorar.

—¿Quién de sus virtudes
el discurso hará?
—La elocuente lora
de él se encargará.

—¿Quién con triste llanto
lo irá a despedir?
—El ganso, que es hombre
de mucho sentir.

lunes, 15 de febrero de 2010

«LOS OLORES DE MI VALLE»

por Carlos Rey

«Bajo la copa de un maquilishuat florecido yo contemplaba los celajes de la tarde y el abierto paisaje veranero, ahora convertido en estampa de oro.... Estaba en la edad en que nuestras emociones son más intensas, y en la que algunos cariños se nos convierten —de pronto— en verdaderos apasionamientos.

»El cálido febrero me entregaba su fuego en muchos árboles, y las golondrinas de países extraños olvidaban sus viajes en las ramas de las antiguas ceibas....

»Siempre gocé los olores de mi valle como una bestia joven: el fino aroma de las flores y de las yerbecillas del suelo; la fragancia de la arboleda rumorosa, que llenaba mis pulmones de salud y mi cuerpo entero de deleite....

»En esos momentos vi que mi padre acababa de llegar a mi lado y que se sentaba sobre la yerba, apoyando su espalda en el tronco del maquilishuat. Sobre nuestras cabezas caían —como alas de mariposas— las flores que se iban desprendiendo de los ramilletes y que parecían rosadas nubes....

»... Él, silencioso,... se puso a contemplar la hermosura de aquella exuberante florescencia. Quedó como abstraído por un rato..., y luego, quizás por vaciar lo que tenía en su corazón, recitó en su propia lengua unos versos sonoros, que hasta muchos años después supe que pertenecían a la obra poética de Henry King, obispo de Chichester....

»¡Gallardas flores... si yo pudiera ser tan atrevido como
[ustedes] y tan poco vanidoso!...
[Ofrecen su] inocente espectáculo
y luego [regresan] a [sus] lechos de polvo.
No [tienen] orgullo porque [conocen su] origen:
porque [saben] que [sus] bordados trajes son de polvo.
[Obedecen] a los meses y a las edades, mientras
yo me empeño en estar siempre en primavera.
Mi destino no quiere saber de invierno, ni de muerte;
ni siquiera pensar en estas cosas.
¡Ah, si yo pudiera contemplar mi nicho del suelo y
sonreír, y ser tan feliz como [ustedes]!
[Enséñenme] a mirar a la muerte sin temerla,
reconociéndola tan sólo como una tregua.
¡Cuántas veces he visto [su] triste funeral y
luego [su] frescura airosa!
¡Gallardas flores... [enséñenme] que mi aliento
debe endulzar y perfumar mi muerte!...

»Mi padre se puso de pie y buscó el camino que conducía a la casa. Yo le seguí con pasos de sonámbula, comprendiendo entonces —con mi corazón y no con mi intelecto— que la belleza era todo aquello... ¡aquello que acababa de mirar, de escuchar y de sentir!»1

En este capítulo de su obra autobiográfica Tierra de infancia, la autora salvadoreña Claudia Lars nos hace ver, con su hermosa prosa poética, lo estrecha y especial que es, para muchos, la relación entre padre e hija. Gracias a Dios, sobre todo para quienes nunca han disfrutado ni podrán jamás disfrutar de tal relación con su padre biológico, que nuestro Padre celestial anhela que nuestra relación con Él como hijos suyos sea tanto o más íntima todavía. Por eso su Hijo Jesucristo, al observar a su vez la conducta de las aves del cielo y la hermosura de los lirios del campo, nos asegura que a los ojos del Padre celestial no sólo valemos mucho más que las aves, a las que alimenta día tras día, pase lo que pase, sino también que Él hará mucho más por nosotros que por las flores, a las que viste con mayor esplendor que el hombre más rico del mundo.2
1 Claudia Lars, Tierra de infancia (San Salvador: UCA Editores, 1987), pp. 199‑201.
2 Mt 6:26-30

www.conciencia.net

miércoles, 10 de febrero de 2010

«CUANDO... TE SIENTAS CANSADO DE VAGAR»

(Canción cantada por Carlos Rey en audio y en video)

Era el 5 de octubre del año 2001. Se encontraba en Santa Cruz, Bolivia, hospedado en el Hotel Los Tajibos. Al salir del restaurante del hotel, se acercó a un trío de guitarristas que estaban preparándose para amenizar la cena de los clientes.

—Señores, ¿se saben la canción «La barca»? —les preguntó.

—¡Cómo no, Hermano Pablo! —respondieron asombrados, y se dispusieron a entonar la famosa canción.

Antes de que comenzaran a cantar la primera estrofa, el Hermano Pablo les dijo:

—Esta vez imagínense que comienza hablando Dios:

Dicen que la distancia es el olvido,
pero yo no concibo esa razón.
Porque yo seguiré siendo el cautivo
de los caprichos de tu corazón.

—Ahora habla el hombre —señaló el Hermano Pablo:

Supiste esclarecer mis pensamientos.
Me diste la verdad que yo soñé.
Ahuyentaste de mí los sufrimientos
en la primera noche que te amé.

—Nuevamente habla Dios —interpuso el Hermano Pablo:

Hoy mi playa se viste de amargura,
porque tu barca tiene que partir
a cruzar otros mares de locura.
¡Cuida que no naufrague en tu vivir!

—Y Dios concluye —terminó de explicar el Hermano Pablo:

Cuando la luz del sol se esté apagando,
y te sientas cansada de vagar,
piensa que yo por ti estaré esperando
hasta que tú decidas regresar.

Si bien es cierto que el Hermano Pablo se toma licencia poética en su concepción de la letra de la conocida canción del compositor mexicano Roberto Cantoral, también es cierto que esa posible interpretación refleja el carácter de Dios. Jesucristo compara implícitamente al Padre celestial con el padre de un hijo insensato que malgasta toda su herencia durante un lapso de rebeldía juvenil. Aquel padre, cautivo de los caprichos del corazón de su hijo perdido, como dice la canción, se aflige a raíz de la partida de aquella barca «a cruzar otros mares de locura»; porque, a pesar de todo, corre a recibir al hijo con los brazos abiertos cuando éste vuelve a casa arrepentido.1 De ahí que Dios bien pudiera cantarnos a nosotros:

Cuando la luz del sol se esté apagando,
y te sientas cansado de vagar,
piensa que yo por ti estaré esperando
hasta que tú decidas regresar.

1 Lc 16:11‑32

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viernes, 1 de enero de 2010

LA CANCIÓN DE LA REBELDÍA

Señor, no estoy conforme con mi suerte,
ni con la dura ley que has decretado;
pues no hay una razón bastante fuerte
para que me hayas hecho desgraciado.
Te he pedido justicia, te he pedido
que aplaques mi dolor, calmes mi pena;
y no has querido oírme, o no has podido
//revocar tu sentencia en mi condena.//
Casi nada te debo; no me queda
sino un amor inmensamente triste.
Ya saldaré mis cuentas cuando pueda
//devolverte la vida que me diste.//