lunes, 20 de junio de 2011

LOS PRIMEROS Y LOS ÚLTIMOS PASOS DEL HIJO

Ya mi chiquillo ha dado algunos pasos
y apenas por mi mano retenido,
es como el ave que al dejar el nido
ensaya sus primeros aletazos.

Buscando el premio fiel de mis abrazos
se viene, ya del todo desprendido,
como por dos imanes atraído
al amante refugio de mis brazos.

Mientras le da su madre un casto beso,
sueña con verlo así, toda la vida
entre sus manos amorosas preso.

El padre, en tanto, al pronunciar su nombre,
sabe que es por el golpe y la caída
por lo que el niño se convierte en hombre.1

En este soneto el poeta costarricense Jorge Sáenz Cordero, nacido en Heredia en la víspera del siglo veinte, logra transmitir con paternal ternura lo que sienten tanto la madre como el padre de un niño que comienza a dar «Los primeros pasos», como se titula el poema. Tal vez no lo haya hecho a propósito, pero el soneto del mismo poeta, titulado «Al partir», es un complemento perfecto, ya que justifica la actitud de la madre y confirma la sabiduría del padre ante la incipiente independencia de su hijo. En este otro soneto, Sáenz Cordero ya no hace las veces de padre sino del hijo que anuncia su despedida del hogar:

Madre, me voy, Quijote a la ventura,
sin rumbo cierto y por cualquier camino;
mas no temas: Yo soy un peregrino
que bajo el traje lleva su armadura.

Confiado iré bajo la noche oscura,
y sordo a los rigores del Destino;
puesta mi mano, sin temor mezquino,
de mi espada en la fina empuñadura.

Si no vuelvo, si muero, si algún día
oyes decir que me encontró la gente
bajo un árbol tendido en agonía,

en vez de triste muéstrate sonriente;
y afirma que murió con alegría
el que supo morir como un valiente.2

¡Qué bien logradas las imágenes iniciales del niño que halla refugio en los brazos de su padre y amor en las manos de su madre, como también las imágenes finales del joven que ha aprendido bien la lección de «que es por el golpe y la caída... que el niño se convierte en hombre»! Tanto es así que a ese hijo lo vemos dispuesto a jugarse el todo por el todo, cual Quijote encarnado, sin temor alguno.

Por algo será que Dios dispuso que, de ser posible, todo niño en sus años formativos disfrutara del cuidado de un padre y del calor de una madre; y que ese padre y esa madre se amaran entrañablemente, dando así ejemplo de afecto conyugal a esos pequeños a quienes tienen el gran privilegio de criar. Pues de hacerlo así, éstos a su vez tendrán hijos a quienes darán ejemplo de cuidado paternal y amor constante, y el ciclo se perpetuará para beneficio de la familia y de la sociedad, cualquiera que sea su cultura y el país en el que vivan. Por eso el sabio Salomón comienza el libro de Proverbios, haciendo él mismo las veces de padre, con este consejo: «Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar.»3
1 Jorge Sáenz Cordero, El soneto en la poesía costarricense, ed. Francisco Zúñiga Díaz (San José, Costa Rica: Editorial Universidad de Costa Rica, 1979), p. 172; Jorge Sáenz Cordero, Antología poética, 1a. ed. (San José, Costa Rica: EUNED, 1996), p. 16.
2 Sáenz Cordero, Antología poética, p. 4.
3 Pr 1:8-9