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Un amigo me contó de una rana voladora, y ahora trato de narrar en versos aquella historia. Se puso a mirar un día la ranita presuntuosa el elegante y veloz vuelo de algunas palomas. Sintió un poquito de envidia porque era muy orgullosa; entonces quiso volar y no ser más saltadora. Saltando fue al palomar más cercano de la zona; a dos aves se acercó y les dijo muy melosa: «Palomas, yo quiero ser una rana voladora, pues me quiero convertir en la rana más famosa.» Tras larga conversación, no pudieron las palomas a la rana convencer de que era una idea muy tonta. Pero a fin de complacer a la rana vanidosa decidieron inventar un vuelo de nueva forma. Se buscaron un cordel y comenzaron la obra; se lo tuvieron que atar, a las patas, las palomas. La rana debía tomar esa cuerda con la boca, y las aves, al volar, serían las transbordadoras. Al fin pudieron lograr esa hazaña meritoria; y salieron a mirar las multitudes curiosas. Se oyó al público exclamar: «¡Qué gran rana voladora! Si hasta parece un avión con sus alas y su cola. »¿A quién se le habrá ocurrido esa idea tan novedosa? ¡Sólo un cerebro genial sería capaz de tal cosa!» La insoportable emoción de saberse prodigiosa hizo a la rana gritar: «¡Yo soy, yo soy la inventora!» Nada más hay que añadir... Sólo que una débil sombra de inmediato cayó al suelo... y allí terminó la historia. Esta fábula versificada por el poeta cubano Luis Bernal Lumpuy nos recuerda el refrán que dice: «Por la boca muere el pez», porque fue precisamente debido a su boca que murió la rana. No aguantó las ganas de hacer alarde de su hazaña, sino que la proclamó a los cuatro vientos. El acto mismo de abrir la boca provocó su caída, ya que al hacerlo se soltó de la cuerda y se estrelló contra el suelo. |
viernes, 22 de junio de 2012
«LA RANA VOLADORA»
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