Levántame, Señor, que estoy caído, sin amor, sin temor, sin fe, sin miedo; quiérome levantar y estoyme quedo; yo propio lo deseo y yo lo impido.
Estoy, siendo uno solo, dividido; a un tiempo muerto y vivo, triste y ledo; lo que puedo hacer, eso no puedo; huyo del mal y estoy en él metido.
Tan obstinado estoy en mi porfía que el temor de perderme y de perderte jamás de mi mal uso me desvía.
Tu poder y bondad truequen mi suerte: que en otros veo enmienda cada día, y en mí nuevos deseos de ofenderte.»1
Con este conmovedor soneto de Fray Miguel de Guevara se inicia el conceptismo mexicano de los siglos dieciséis y diecisiete. Lo que tiene de ingenioso el soneto —lo cual caracteriza a la poesía conceptista— es la forma en que se vierte el concepto y no el concepto mismo, ya que éste proviene de la fuente literaria más conocida de todos los tiempos. |