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Levántame, Señor, que estoy caído,Con este conmovedor soneto de Fray Miguel de Guevara se inicia el conceptismo mexicano de los siglos dieciséis y diecisiete. Lo que tiene de ingenioso el soneto —lo cual caracteriza a la poesía conceptista— es la forma en que se vierte el concepto y no el concepto mismo, ya que éste proviene de la fuente literaria más conocida de todos los tiempos. |
lunes, 10 de junio de 2013
EL APÓSTOL PABLO RECONOCE SU CONDICIÓN DE SER HUMANO
viernes, 10 de mayo de 2013
POEMA SOBRE LA LUZ Y LA OSCURIDAD
«LA NIÑA CIEGA»-Ó «LA NIÑA QUE VE MÁS QUE NOSOTROS»
¡Qué ciego es el mundo!, madre, ¡qué ciegos los hombres son! Piensan, madre, que no existe más luz que la luz del sol. Madre, al cruzar los paseos cuando por las calles voy, oigo que hombres y mujeres de mí tienen compasión; que juntándose uno a otro hablan bajando la voz, y que dicen: «¡Pobre ciega!, que no ve la luz del sol.» Mas yo no soy ciega, madre; no soy ciega, madre, no. Hay en mí una Luz divina que brilla en mi corazón. El Sol que a mí me ilumina es de eterno resplandor; mis ojos, madre, son ciegos..., pero mi espíritu... no. Cristo es mi Luz, es el día cuyo brillante arrebol no se apaga de la noche en el sombrío crespón. Tal vez por eso no hiere el mundo mi corazón cuando dicen: «¡Pobre ciega!, que no ve la luz del sol.» Hay muchos que ven el cielo y el transparente color de las nubes, de los mares la perpetua agitación, mas cuyos ojos no alcanzan a descubrir al Señor, que tiene a leyes eternas sujeta la creación. No veo lo que ellos ven, ni ellos lo que veo yo: ellos ven la luz del mundo; yo veo la luz de Dios. Y siempre que ellos murmuran: «¡Pobre ciega!», digo yo: «¡Pobres ciegos!, que no ven más luz que la luz del sol... |
viernes, 15 de febrero de 2013
POESIA DEL SERVICIO AL CLIENTE
Complacer a mis Clientes
hace parte de mi ingenio
disculpe Señor/ Señora
si hoy tengo alterado el genio.
Si algo aquí encuentra mal
y no se halla complacido,
no salga de éste lugar
sin antes hablar conmigo.
Si cometo algun error,
no debe nunca decirlo,
y hábleme sin rubor
para poder corregirlo.
Recuede que soy humano,
por eso no soy perfecto,
pero si me hace sugerencias
corregiré mis defectos.
Nunca sea indiferente;
múestrese franco conmigo
porque ademas de un buen Cliente,
quiero que sea mi Amigo.
hace parte de mi ingenio
disculpe Señor/ Señora
si hoy tengo alterado el genio.
Si algo aquí encuentra mal
y no se halla complacido,
no salga de éste lugar
sin antes hablar conmigo.
Si cometo algun error,
no debe nunca decirlo,
y hábleme sin rubor
para poder corregirlo.
Recuede que soy humano,
por eso no soy perfecto,
pero si me hace sugerencias
corregiré mis defectos.
Nunca sea indiferente;
múestrese franco conmigo
porque ademas de un buen Cliente,
quiero que sea mi Amigo.
POESIA EXTRAORDINARIA DE LA SEÑAL DE LA CRUZ
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Cruzando los hondos mares, después de famosa hazaña arribó a la Nueva España don Nuño de Valladares.... La guardia de la nobleza llena, con sus caballeros, las calles de los Plateros, con don Nuño a la cabeza. De pronto extraña impresión turbó de Nuño la calma, que iluminando su alma miró a Rosa en un balcón.... ... con la misma pasión se cruzaron sus miradas, cual se cruzan dos espadas que buscan el corazón. Se apartó de allí el doncel, quedando con alma ansiosa, don Nuño pensando en Rosa y Rosa pensando en él. Al mediar un mes de enero, Rosa sola, en su retrete, leyendo está este billete que le escribió el caballero: «No tiene más luz el sol que tus ojos, vida mía, lo juro por mi hidalguía de cristiano y español.... »Te he visto, ¿por qué te vi? no merezco tal tesoro, no quiero amar, y te adoro, y estoy muriendo por ti.... »Renombre y fortuna loca te ofrezco, amante, de hinojos, por un rayo de tus ojos, por un beso de tu boca. »Di si me puedes amar, que al negarme tal ventura iré a llorar mi amargura al otro lado del mar.... »En tu balcón, por favor, respóndame una señal: una cruz blanca, mi mal, una cruz verde, ¡mi amor! »Mañana, al rayar la luz, no olvides, mi estrella pura, que buscaré mi ventura en el color de la cruz.» Y dicen que el noble aquél, con miedo [y con] alegría, al brillar el nuevo día y a sus palabras fiel, cruzó lleno de pasión frente al balcón de su amada, y una cruz verde fijada vio en la reja del balcón. Amó a don Nuño la dama, y de sus tiernos amores, de sus dichas y dolores nada nos dice la fama. Algún cronista asegura que llegaron al altar, teniendo siempre en su hogar riqueza, paz y ventura. Alguno da por perdida de esta historia la verdad, que siempre la humanidad de lo que pasa se olvida. Mas la calle no se pierde en donde Rosa vivió, pues el pueblo la llamó la calle de «La Cruz Verde».1 En estos versos el romántico poeta mexicano Juan de Dios Peza nos hace recordar aquellos tiempos en que las crónicas tenían un fin agradable y feliz. Tal vez «así no sea la vida», pero a muchos nos gustaría pensar que puede serlo. ¿Y por qué no? La calle que serpenteaba hasta el Calvario en las afueras de Jerusalén, la llamada «vía dolorosa», tampoco ha pasado al olvido. Al contrario, esa calle nos recuerda que Jesucristo, el Hijo de Dios, manchó de rojo una cruz, muriendo en nuestro lugar por el amor incomparable que nos tiene. Y nos recuerda que si nos entregamos a Él de corazón, nos responderá con la señal de esa cruz roja en la que vertió su sangre, y seremos felices con Él por toda la eternidad.2 | ||||
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