lunes, 18 de abril de 2011

«TE DESEO...»

«TE DESEO...»
por Carlos Rey



Primero te deseo que ames,
y que, al amar, también seas amado,
y que, de no ser así, seas breve en olvidar,
y que, después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo además que no estés solo,
pero que si lo estuvieras, sepas estarlo sin desesperarte.
Deseo también que tengas amigos,
y que aun los malos e inconsecuentes sean valientes y fieles,
y que por lo menos haya uno que sea digno de tu confianza.
Y porque la vida es así, deseo además que tengas enemigos,
ni muchos ni pocos, sino en la medida equilibrada,
para que algunas veces pongas en duda tus propias certidumbres,
y que entre tus enemigos haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro.
Deseo así mismo que seas útil, pero no indispensable,
y que en los momentos malos, cuando no quede nada,
esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.
De igual modo deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil,
sino con los que se equivocan mucho y sin remedio,
y que, haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a los demás.
Deseo que, siendo joven, no madures muy deprisa,
y que, ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que, siendo viejo, no te entregues a la desesperanza;
porque cada edad tiene su placer y su dolor,
y hay que darles su lugar en nosotros.
Dicho sea de paso, deseo que estés triste,
no todo el año ni un mes, y ni siquiera una semana,
sino un día nada más; pero que en ese día de tristeza descubras
que la risa diaria es buena, la risa habitual es vana y la risa constante es insensata.
Deseo que descubras, con máxima urgencia,...
que existen y te rodean víctimas de injusticia, oprimidas e infelices....
Deseo incluso que acaricies un gato, alimentes un pájaro
y oigas un jilguero erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera te sentirás bien sin haber hecho nada importante.
Deseo también que siembres tu semilla, por más ridículo que parezca su tamaño,
y que la acompañes en su crecimiento cada día
para que sepas de cuántas vidas está formado un árbol.
. . . . . . . . . .
Deseo además que seas frugal, pero no de un modo exagerado sino bien pensado;
pero que esa frugalidad no impida que te des un gusto de vez en cuando.
Deseo también que ninguno de tus afectos se extinga, por tu causa,
pero que si se extingue alguno,
puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.
Por último, te deseo que, siendo hombre, tengas una buena mujer,
y que, siendo mujer, tengas un buen hombre.
Y que se amen hoy, mañana y al día siguiente,
no de forma esporádica sino de modo constante desde ahora en adelante,
y que cuando estén exhaustos y sonrientes, aún tengan amor para volver a comenzar.
Y si todo esto llegara a suceder, no tendría nada más que desearte.1
Tal vez lo único de veras importante que el poeta brasileño Sérgio Jockymann pudo también haberle deseado al destinatario de estos emotivos versos que publicó en 1978 fuera lo siguiente que San Pablo, el venerado apóstol, les desea con vehemencia a sus destinatarios en Éfeso: que «puedan comprender... cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento».2


1Sérgio Jockymann, «Os Votos», Jornal Folha da Tarde, Porto Alegre, R.S., Brasil, 30 diciembre 1978

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